La puerta del retorno

El pr?ximo mes de mayo se cumplir?n tres a?os del primer seminario que Shavei ?entonces Amishav- celebr? en Barcelona. Un encuentro gozoso entre chuetas, anusim, y una organizaci?n dedicada a promover el retorno de los hijos perdidos de Israel que, por escribirlo claramente, cambi? mi vida.

Siempre he recordado aquellos d?as catalanes como unos de los m?s felices de mi existencia. Lo que me estaba ocurriendo me parec?a imposible: por primera vez mi solitario peregrinaje en busca de mis remotas ra?ces jud?as era origen de atenci?n y no s?lo de curiosidad.

Pocos meses antes de nuestro primer encuentro en este mismo escenario que hoy nos congrega, un amigo anusim de Palma de Mallorca ?Pedro Salvador, que ahora se llama Shim?n y reside en Jerusalem- me hab?a llamado por tel?fono.

Al igual que muchas otras veces, me comunicaba que hab?a llegado alguien desde Israel interesado en el tema de los chuetas. Por aquellos d?as andaba yo un poco cansado de ser el inevitable anfitri?n de todos los que, movidos por la curiosidad hist?rica, cient?fica o cultural, aterrizaban en Mallorca para observar de cerca la rareza de unos descendientes de jud?os conversos que, a lo largo de los tiempos y a trav?s de una endogamia que se hab?a prolongado hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, hab?amos conservado las peculiaridades f?sicas, antropol?gicas e incluso sociales, de unos antepasados que nunca renunciaron del todo a su fe jud?a y que fueron condenados por la Inquisici?n.

Una minor?a que, vejada y marginada durante generaciones, hab?a luchado por sobrevivir en un mundo hostil, que nos recordaba continuamente nuestra condici?n de deicidas. Hasta entonces, eran incontables los curiosos ?periodistas, estudiosos, rabinos, e incluso genetistas- que hab?an buscado un contacto a la b?squeda del eslab?n perdido del juda?smo mallorqu?n.

Y dado que los chuetas que est?bamos dispuestos a testimoniar p?blicamente nuestra identidad ?ramos ultra-minoritarios, siempre ven?amos a ser los mismos los convocados. En aquel momento, lo repito, empezaba a sentirme un poco cansado de este juego.

Aquella vez, sin embargo, todo iba a ser muy diferente. Para mi sorpresa me encontr? ante un rabino y un periodista ?ex alto cargo del gabinete de Benjam?n Netanyahu- que, en una cafeter?a del centro de Palma, me ofrecieron participar en un proyecto de recuperaci?n de la perdida identidad jud?a de los chuetas.

Todo eso y mucho m?s lo cuento de manera pormenorizada en la cuarta parte de un libro que aparecer? en Palma dentro de pocas semanas. El libro ?originalmente escrito en catal?n, que es mi lengua- se titula ?Ra?ces chuetas, alas jud?as? y consta de cuatro partes perfectamente diferenciadas, am?n de una introducci?n y un ep?logo. La primera parte, muy extensa, se titula ?Historia de una endogamia? y recoge mis recuerdos personales y familiares, remont?ndose a la m?s lejana memoria, la de mis abuelos.

Se trata, al decir de los pocos que lo han le?do, entre ellos mi mujer, aqu? presente, de un estremecedor relato literario, el apasionante retrato de una saga familiar de descendientes de jud?os conversos, que bien pudiera haber dado lugar a una novela. No hay ficci?n, sin embargo, en aquellas p?ginas, como muy bien reflejar?n las anta?onas fotograf?as que las acompa?an. Hay nostalgia, recuerdo y homenaje a unos chuetas que, quiz? sin saberlo, me transmitieron algo m?s que la vida: mi alma y mi pasi?n jud?as.

La segunda parte del libro lleva el t?tulo de ?Extramuros? porque relata la salida al mundo exterior de un chueta que, hasta pr?cticamente su mayor?a de edad, hab?a vivido bajo el amparo y la protecci?n del clan familiar.

En la tercera parte, titulada ?Del estigma a la militancia?, se recoge la larga y dolorosa experiencia que viv? desde la asunci?n de mi condici?n de descendiente de jud?os conversos hasta llegar a un compromiso p?blico ?y a menudo publicado- de convertir el estigma en un signo de identidad.

Es, quiz?, la parte m?s dura del libro porque, no queriendo ni siquiera ocultar mis propios errores y miserias, cada persona y cada momento queda reflejado ? y documentado- con la fuerza aplastante de las hemerotecas.

Pero? en este quiz? para mi, postrer seminario, lo que quiz? pueda interesar de mi libro es su cuarta parte, la que titul? ?Morfolog?a alada?. El t?tulo se basa en una historia que el ?ltimo d?a de nuestra estancia en Israel nos cont? Renana, la esposa del rabino Birbaum, en su casa de Efrat, donde un d?a David pastore? sus reba?os. El propio? rabino se acordar?, ya que estaba ah? en aquella memorable noche.

A continuaci?n traduzco al castellano unos p?rrafos de la introducci?n de mi libro porque creo que reflejan perfectamente lo que aquella noche signific? para m? y supongo que para muchos otros.

?La velada ten?a un regusto agridulce, como de despedida anticipada. El rabino, al que hab?a conocido en los inicios de la primavera de 2003 y con el cual, desde entonces, he mantenido una relaci?n estrecha y profunda, no hab?a formado parte del grupo de personas que hab?an ejercido el papel de gu?as y maestros en el curso de nuestro periplo israel?.

Los trabajos de Birbaum al servicio de la causa de los descendientes de jud?os esparcidos por todo el mundo lo hab?an retenido en la India. Sus colaboradores nos hab?an advertido que, antes de nuestra partida, tendr?amos ocasi?n de compartir unas horas con el rabino ?alguno de los expedicionarios ni siquiera le conoc?a- puesto que, en compensaci?n por su forzada ausencia, Birbaum y su familia nos acoger?an en su hogar?.

?La familia, tan importante para los chuetas ?al menos para los de mi generaci?n- lo es todav?a m?s para los jud?os observantes de su religi?n. Aquella noche, quiz? en base a su estrategia de relaci?n con chuetas y anusim, Birbaum quiso que sus hu?spedes tuvi?ramos especial conciencia de ese hecho.

Renana, su esposa, y sus dos hijas, se esforzaron en el papel de anfitrionas, implic?ndose de manera muy especial en todo lo que ocurri? entre aquellas paredes. La buena cocina ?alguno de mis compa?eros de viaje hab?an llegado a pensar que ese concepto era ajeno a la vida en Israel- nos fue ofrecida graciosamente como una parte inseparable de la hospitalidad de la que ?ramos objeto.

Antes de cenar, sin embargo, nos agruparon en el saloncito de la casa, decorado con valiosos y bellos objetos relacionados con el juda?smo. Hab?a libros ?algunos aparentemente muy valiosos- por todas partes. La gente se sent? formando un c?rculo- Estaba previsto que todos los asistentes, uno a uno, di?semos p?blica explicaci?n de cuanto hab?amos sentido y vivido en el curso de aquellos d?as inolvidables.

La rueda de intervenciones fue rica en emociones y sentimientos y algunos hubo que pr?cticamente no pudieron hablar, atenazados por la emoci?n, que result? mucho m?s elocuente que sus propias palabras. Pese a ello, al menos por lo que a mi respecta, el impacto m?s fuerte de aquella noche fue el que me provoc? la intervenci?n de la esposa de Birbaum?.

?La rabanit?quiz? no tenga palabras para describir aquella mujer, y sobre todo, para explicar el c?mulo de sentimientos que sus palabras me provocaron. Renana es alta y elegante, con una apostura se?orial que m?s cabr?a imaginar en un escenario parisino que en un pueblecito cercano al agreste desierto de Judea.

No he vuelto a verla desde entonces, pero recuerdo unos ojos profundos, de una serenidad lacustre y, por encima de todo, su manera de hablar, en un espa?ol correct?simo de inconfundible acento franc?s. M?s all? del mensaje que nos transmitieron sus palabras, me impresionaba su dicci?n, aquella manera de subrayar una expresi?n para dotarla de mayor contenido, aquellas inflexiones de voz ligeramente rotas, con las que humedec?a de emoci?n los conceptos que quer?a transmitirnos.

No fui el ?nico que qued? electrizado por las palabras de la rabanit. Todos la escuch?bamos como si tuvi?semos la certeza de que cuando aquella mujer callase el mundo se hundir?a a nuestro alrededor. La historia que nos cont? forma parte quiz? de la ?pica de los pioneros que llegaron a Palestina desde el Este de Europa durante el ?ltimo tercio del siglo XIX.

A lo mejor no se trata siquiera de una historia real, pero aquella par?bola ilumin? de pronto las tinieblas del peregrinaje ?incierto camino de Retorno a una identidad, a una tierra o a un Dios, seg?n los casos- de los descendientes de jud?os conversos, que si somos mallorquines llevamos el nombre de chuetas. Detr?s de la serenidad de aquellos ojos y aquellas palabras sent? brotar el? manantial de mis ancestros, que murmuraba canciones de aguas profundas, pero quiz? ya no inalcanzables.

– ?Aquel muchacho ?cont? la rabanit- hab?a llegado a Eretz Israel hacia pocos d?as y pronto lo llevaron a la escuela. All? un profesor le habl? en hebreo, una lengua que el chico hab?a utilizado desde siempre para rezar, pero con la que no era capaz de expresarse con fluidez. El profesor pidi? a sus alumnos que, de manera parecida a lo que hab?is hecho vosotros esta noche, explicaran en voz alta lo que quer?an ser en la nueva vida que iniciaban, y porque quer?an serlo. En principio el muchacho se sinti? molesto, e incluso pens? que no participar?a en aquella especie de juego.

Lo hab?an llevado a una escuelita sin explicarle el sentido de aquel traslado. Y ahora le ped?an que revelase sus sentimientos m?s profundos, que los sacase a la luz en una ceremonia casi imp?dica. Sin embargo, a medida que sus compa?eros iban hablando, el reci?n llegado tom? una decisi?n. Hablar?a claro, ser?a fiel a lo que sent?a y pensaba desde el fondo de su coraz?n. Llegado su turno se levant?. Las palabras le surgieron decididas, como si viniesen de un lugar muy lejano, profundo y escondido?.

– En Eretz Israel quiero ser un ?rbol, pero tambi?n un ?guila.

-?Ah si? Y ?por qu??

– Quiero ser un ?rbol porque los ?rboles tienen ra?ces que permanecen firmemente sujetas a la tierra. Y si ?sta es la Tierra Prometida yo quiero estar enraizado en ella, como los ?rboles que he dejado atr?s, en el lugar del que vengo.

– Pero? ?y el ?guila?

-Tambi?n quiero ser un ?guila porque ellas vuelan por encima del bosque y pueden ver todo el paisaje, no solamente el entorno oscuro y limitado de los ?rboles. Quiero volar m?s all? del bosque para fijar mi vista en el horizonte, para tener una visi?n de conjunto de cuanto me rodea y as? no olvidar nunca que soy un ?rbol que un d?a fue trasplantado a esta tierra?.

?La rabanit hizo una pausa mientras apartaba una tenue cortina de cabellos que le ca?an por la frente. Nos mir? a todos los que llen?bamos el sal?n de su casa. Fue un breve momento, pero aquella mirada ? detr?s de la que yo cre? adivinar el brillo casi imperceptible de una l?grima- parec?a dirigida personalmente a cada uno de los que la escuch?bamos en medio de un silencio reverencial?.

-?Mirad: est? noche, a trav?s de vuestras palabras y tambi?n de vuestra actitud, he podido comprender que sois unos ?rboles con unas ra?ces muy profundas. Este hecho es, evidentemente, indiscutible. Lo que en esa noche, en el fin de vuestro viaje a Israel, podemos hacer por vosotros, si as? lo dese?is, es daros unas alas?.

?Aquella mujer emple? una par?bola perfecta para iluminar el largo camino que, siempre a tientas, me hab?a conducido desde mi lejana infancia, aquellos primeros d?as en los que pude escuchar por primera vez la palabra ?chueta?, hasta mi segundo viaje a Israel, un periplo ya totalmente jud?o, sin la menor concesi?n a la ?Tierra Santa? de los cristianos.

Un camino que hab?a recorrido pr?cticamente solo, sin saber muy bien adonde me llevaba. Era la primera evidencia ?antes solo hab?a tenido percepciones, vagas ilusiones agrietadas por el mordisco de tantas madrugadas de hielo- de que, al final de mi incierta trayectoria pod?a encontrar un anclaje, un noray en el que amarrar mi barco para siempre.

Pese a la incertidumbre me sent? un privilegiado. No hab?a renunciado, como tantos otros, a la traves?a. No me hab?a conformado nunca con las explicaciones ajustadas a la conveniencia de cada momento. Tozudo, hab?a querido seguir adelante, seguro de que, al menos yo, no era una rama muerta, sino un brote vivificado, preparado para florecer de nuevo. Mir? a m? alrededor.

?ramos unos treinta y s?lo hab?a tres chuetas entre nosotros. Decenas de miles de personas como yo hab?an quedado atr?s, muchos ni tan siquiera iniciaron nunca aquel camino, otros quedaron en la cuneta, cansados de avanzar sin rumbo, aplastados por la densidad de las tinieblas. Pero nosotros divis?bamos un poco de luz m?s all? de la oscuridad. Aquella noche, a un tiro de piedra de Jerusalem y Betlehem, inauguraba una nueva etapa. Ahora, por fin, le crec?an alas a mis ra?ces?.

Miquel Segura
31/03/2006

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